Animal cautivo

Hay que asumir que se es un animal, cautivo, entre los límites poco claros del espacio cibernético, universal, dudosamente real. Soy un animal... sólo tengo esa certeza y no me queda otra alternativa que escribir poesía para humanizarme. Tal vez debo decir solamente Escribir. Sé que no es la mejor manera para instalarse en un blog dispuesta a cazar espíritus. Pero tengo un hambre de pasión metafísica que convierte en Dios todo lo que toco.

domingo, marzo 24, 2019

RETROSPECTIVA DE LILA CALDERÓN



RETROSPECTIVA DE LILA CALDERÓN

Por Leonidas Rubio





Desde sus primeras señas la poesía de Lila Calderón se ha distinguido por búsquedas metafísicas y visuales, la insistencia en lo holístico y las propuestas circulares, de poemas en secuencia con ejes temáticos. Su lenguaje busca alcanzar una síntesis entre el significado y la instalación plástica del signo en la página. Esto es posible de advertir especialmente en "Animal Cautivo", paradigma de su trayectoria, donde el emplazamiento visual del texto tiene tanta relevancia como el enunciado. Las palabras están colocadas arquitectónicamente en un sentido barroco, detallista, de minucias, de relieves, de texturas, que apela a la ornamentación tanto como a la significación. El poema cae en la página como tallado, ilustrándose a sí mismo. No es, por tanto, una poesía declamatoria sino intimista, sensorial, de atención participante y no exclusivamente intelectual o auditiva. Reconoce la página como soporte intervenido donde los signos tienen una sola oportunidad de realizarse. Se mueve entre lo epigramático y lo rapsódico en un juego de ritmos e intensidades para declarar una tensión entre la defensa de la armonía interna del texto y una atmósfera de opresión que lo acecha siempre. El tono profético y parabólico cruza su poesía, con una intención de ejercicio de poder al borde de la mística.


En "Balance de blanco en el ángel triste de Durero" por ejemplo, irrumpen versos en mayúscula a pie de página que devienen nuevos títulos con fuerza retroactiva en la lectura, o al contrario, que se atenúan en cursivas minúsculas espaciadas de modo insólito, como operando hacia el silencio. La diagramación es el segundo hablante de estos poemas. El ángel de Durero no es otro que el personaje del grabado La Melancolía, ese temperamento que pasó a ser una filosofía y una estética, por no decir una visión de mundo durante el romanticismo, particularmente en su vertiente anglosajona. Así es este poemario donde el laúd de los personajes de Poe, las atmósferas de peso claroscuro y los intramuros, las nieblas, los visillos, son la escenografía de un montaje urgente, con un hablante que no perdona a su pasado: "Me entretuve tanto / hice una historia de siglos / con originales de barro", dice en un texto donde los espacios ejercen el balance en el blanco de la página para un ángel suspendido en una melodía de notas largas. Los viajes referenciales no se ciñen al provecto pasado clásico: hacia el final del libro los textos-balances son casi un guión fílmico y el hablante pasa a re-presentarse en enunciados severos, sentenciosos, como de antífona. La tragedia se sella con un imprevisto futurista: Nexus 6, el personaje de la película "Blade runner", de Ridley Scott, que imposta un Durero cuyo ángel es un ente programado que aprendió el amor fuera de libreto por no conocer del todo las reglas del juego. Allí se instala otra arista fundamental de la poesía de Lila: la intertextualidad que visita no sólo lo literario sino también lo audiovisual y lo plástico.


En "Lo que ocultan los vestidos" (Bordes, 2014) la autora se propone un mosaico de tonos expresivos que se nutren de distintos códigos: el relato, la metafísica, la alquimia, el aforismo, lo coloquial, lo visual, la crónica: "mosaico (...) donde podríamos fijar la silueta de aquello que nos interroga y que al intentar definir, o fijar, se nos esfuma". Con este predicamento y este taller de técnicas verbales mixtas, Lila irrumpe poéticamente en la prosa y prosaicamente en la poesía, donde pueda decir y vivir en primera persona, haciendo que "la libertad que puedo ejercer en el mundo que origino la vivo al conectar elementos heterogéneos, al modo de un collage". 

"Lo que ocultan los vestidos" tiene 10 secciones, una introducción y un epílogo. 3 secciones tienen epígrafes y la octava de ellas, "Cebras y reglas", incluye 2 imágenes del trabajo visual "Liquidación por fin de temporada" (2005) de la artista. La introducción busca dar al conjunto un hilo conductor y lo hace siguiendo una estrategia autorreferencial y metapoética: se sitúa frente al lector y frente a su propio texto simultáneamente. De allí algunas filiaciones. No hay automatismo pero sí hay mirada oblicua, cubista, refractada: "El azar tiene un sistema, un código que hay que interceptar y trabajar...". Declara su cansancio contra el "lleno total" orteguiano, la cultura de masas alienante. Por esa vía engarza con la poesía metafísica que mantiene su línea continua desde el post-romanticismo y el primer surrealismo en adelante, con referentes que no exhiben una tradición demasiado visible en la poesía chilena escrita por mujeres, excepción se diga de Stella Díaz Varín y Teresa Wilms Montt. En el ámbito más ancho de la poesía hispanoamericana sí tiene numerosos referentes, particularmente en la poesía argentina, que es probablemente la más cosmopolita de la lengua: Alejandra Pizarnik, Alfonsina Storni, Olga Orozco, entre otras.

Poesía de esencias y trascendencias versus apariencias, que indaga en el acto cotidiano como manifestación de otras  fuerzas que condicionan al sujeto en un estado de enmascaramiento o revestimiento. El título de Lila Calderón apunta a esa materia oculta en los vestidos: aquello entendido, intuido, salvado de la disolución. Es el acto de apoderamiento de lo real a partir del lenguaje en el sentido, insisto, de la poesía metafísica chilena, que en Díaz Casanueva y Anguita entronca con la filosofía del ser de Heidegger y su máximum expresivo: la poesía es la casa del lenguaje y el lenguaje es la casa del ser. Entonces "lo que ocultan los vestidos" es un cuerpo-habitación que recupera su visibilidad a la par que busca re-apropiarse sus significancias. Sin embargo a esta estirpe de poesía chilena es imposible no agregar el nombre de Vicente Huidobro, el gran decano de la correspondencia entre el sentido, la fonética y la plasticidad del texto impreso.

El último texto en prosa de "Lo que ocultan los vestidos" es una especie de fábula sobre lo engañoso de la percepción. Las cosas hablan y se re-presentan con movilidad, insatisfechas. Se recuerda a Rilke: "Las cosas vienen a nosotros ávidas de cobrar sentido". Este texto implica un sub-relato donde interactúan seres-signos aleatorios que se afectan mutuamente. Este texto final bien podría ser el inaugural y permitir una relectura inversa del libro todo, donde la introducción declarativa que formalmente lo abre, sería el epílogo que venga a delatar un plan de acción casi siempre superado por la ejecución del producto. Para confirmar esta intuición lectora que señalo, la autora deja caer en la última página una frase matemáticamente sugestiva: "El orden de los factores no altera el producto". Pero es aún más perfecta la síntesis conmutativa del libro si nos atenemos a las líneas finales de este epílogo circunvalado donde lo descifrado se vuelve a cifrar: "Y esa cortina que cubría todo el fondo de la gruta, era miel derramada sobre una roca que cerraba la entrada al insectario donde habíamos dejado las alas, antes de cambiar de piel para salir a barrer la tierra que aún olía a pintura fresca.".


En 2018 se ha publicado "Telas y entretelas" por Ediciones Otra Yo. El libro se abre con un epígrafe de la Pizarnik: "Debajo de mi vestido ardía un campo con flores alegres / como los niños de la medianoche". Luego convoca a su padre, el Premio Nacional de Literatura Alfonso Calderón, con un texto en prosa titulado "Sobre el hilo" para instalar un dintel apropiado a un libro de hebras sutiles. El libro no escatima su condición de continuidad respecto de "Lo que ocultan los vestidos". En efecto, dice en la página 10: "¿Qué ocultan los vestidos? / Algo tan grande como el corazón y la flor de la vida". Luego de este acertijo semi-resuelto se desata una secuencia de 23 modalidades de vestidos, todos encabezados por el sustantivo protagónico y una variable adjetiva en la que se singulariza: "Vestidos bonsai", "Vestidos anacrónicos", "Vestidos arcaicos, "Vestidos más allá del espejo", etc. Esto no es obstáculo para que a su vez cada poema se desglose en piezas que van personalizando aún más el sujeto asignando vidas particulares a cada vestido. Así por ejemplo en "Vestidos camaleónicos" el primer fragmento consigna que "hay vestidos delatores, / reversibles, vertiginosos…" y luego el siguiente fragmento hablará de "vestidos de primera selección", luego "vestidos de sal", luego "vestidos experimentales" y luego "vestidos nerviosos". Esta correlación de vestidos se van engarzando con la estrategia del uso del presente del verbo haber y con frecuencia también del ilativo para dejar establecida una línea de tiempo, un relato en ejecución simultánea o, analógicamente, un cuadro de planos paralelos superpuestos. Esta condición simultaneísta (Robert Delaunay) enfatiza la filiación plástica de la poesía de Lila Calderón, rasgo que hemos venido enunciando desde el comienzo de este artículo. Ello se hace aún más patente en "Telas y entretelas" a partir de la inserción de objetos al interior del libro, ya no descritos sino tangibles. Los objetos adheridos a dos páginas interiores son plumas ornamentales y pequeñas construcciones de costurería, a veces pequeños maniquíes con su propio atavío o bien piezas de ajuar fragmentadas o utensilios de costura ya reales (alfileres de gancho) o ya simulados (inocuas agujas de tablilla recortada). Cabe destacar que estos complementos visuales insertos en el libro son aleatorios y no se repiten en los distintos ejemplares de la edición. Es decir que no hay dos libros iguales, como trajes hechos a la medida o al inverso proporcional, trajes replicados que nunca son el mismo porque jamás se repite el usuario, en el sentido del famoso axioma de Heráclito que podríamos retocar en: "nadie se pone dos veces el mismo traje".
Además de lo dicho hasta aquí cabría mencionar un posible rastreo al linaje de esta enunciación basada en el presente del verbo haber dentro de un contexto plástico y metafísico. Este rastreo nos remite al párrafo de Eduardo Anguita en "Definición y pérdida de la persona" cuando dice: 

“Entonces, uno se da cuenta que, más que luz, más que aire, más que muebles, lo que hay es 
La palabra HAY.
Hasta uno entra en la palabra hay, con una claridad que daría miedo si uno existiera.”

Es así que la certeza de "existir" queda en nebulosa y no se da por enteramente cierta si no a partir de la percepción razonada en alternancia con la existencia o apariencia de otros objetos que comparten el "hay". Es así, entonces, que en este libro de Lila Calderón están instalados los vestidos como un escaparate virtual donde "hay" sus dimensiones físicas y sus dimensiones temporales transversales, complementarias e híbridas entre sí, de plasmación simultánea, de devenir continuo. Este ejercicio lecto-visual va convocando texturas y atmósferas en variables que describen también movilidades emotivas, eróticas, políticas, coloquiales, configurando un relato de amplitud espacio-temporal semejante a una instalación. No es de extrañar que, para más abundar, este libro esté ilustrado -o talvez debiéramos decir iluminado- con imágenes de la colección de "Diosas tutelares" de la autora, designio de otro de los itinerarios que retroalimentan su poesía en el juego de lenguajes que se imbrican en su rica vertiente creativa.

"Telas y entretelas" es un libro que se lee con deleite y con fruición, además del placer culposo de la inteligencia a la que nos tiene acostumbrados la autora. Es, me atrevo a decir, modestamente, un clímax dentro de su recorrido lírico. Al mismo tiempo de este arribo gozoso y doloroso por sus vestuarios más reveladores, nos anticipa la inquietud, casi el temor subsecuente: ¿por dónde podrá transitar esta voz después de exponerse a sí misma en su desnudez primigenia y a la vez en su atavismo más suntuoso?


* * *



Leonidas Rubio (Curicó, 1970). Poeta, ha publicado: Cuadernos de emergencia (1994); Murmullo frente a sillas vacías (2001); Imbunche (2009); Piedra negra (2009); Malas costumbres (2013); Actas de (mala) fe (2014) e Índex (2015). En 1991 fue becario de la Fundación Pablo Neruda y miembro del Taller de Poesía de esa institución. Recibió el Premio Nacional de Poesía Eduardo Anguita 2012. El año 2016 fue Director y monitor del proyecto “Palabra Extendida: Talleres de Creación y Apreciación Literaria” en la ciudad de La Serena con el respaldo del Fondo del Libro y la Lectura en la modalidad Residencias. El año 2018 ha sido Director de la revista literaria “Deriva del Maule” y Director del ciclo de eventos literarios “Palabra Extendida: Poetas Visitantes Fuera del Canon”. Mantiene el sitio de difusión literaria “http:// malafepiedranegra.blogspot.com” donde publica muestras de su obra poética, artículos y reseñas de crítica cultural y literaria.

VER:
 http://letras.mysite.com/lcal220319.html