Animal cautivo

Hay que asumir que se es un animal, cautivo, entre los límites poco claros del espacio cibernético, universal, dudosamente real. Soy un animal... sólo tengo esa certeza y no me queda otra alternativa que escribir poesía para humanizarme. Tal vez debo decir solamente Escribir. Sé que no es la mejor manera para instalarse en un blog dispuesta a cazar espíritus. Pero tengo un hambre de pasión metafísica que convierte en Dios todo lo que toco.

sábado, junio 13, 2020

Elefante cautivo en las escenografías de la patria y de sus formas

Elefante cautivo 

en las escenografías de la patria y de sus formas 


 Por Gustavo Barrera Calderón




En su nuevo libro, Lila Calderón nos instala en el interior de la mente de un elefante. Nos deja en el riel que recorre la construcción, destrucción y reconstrucción del animal cautivo. Siguiendo los códigos de honor y de humor de una aventura que los niños disfrutarán, sin perder ninguno de sus ingredientes favoritos, plantea también (no solo plantea, sino que son la médula del relato) asuntos filosóficos de interés. A través de sus palabras que forman imágenes, monólogos, diálogos y situaciones, permite experimentar la realidad exterior e interior del animal cautivo. Un elefante domesticado para trabajar en un circo es despedido, y no ve otra opción para seguir adelante que personificarse y partir a la ciudad. Desde el desconcierto y el temor al mundo desconocido en el que debe ubicarse, es orillado a convertirse en personaje, a fabricarse una máscara de elefante-persona, que según observa, es indispensable para ser aceptado por los otros. Intenta entender y seguir las reglas del juego de los otros y éstas se vuelven familiares, las acepta. Hay muchas cosas que no comprende pero siente que tiene la obligación de adaptarse a ellas. Surge en Don L-Fante una conciencia del yo, que pasa a tomar las riendas de su vida: “Yo, que me he dado por entero para cumplir esta misión de entretener a grandes y chicos, que no me preocupé por mí y por eso no tengo hijos ni familia…Todo lo sacrifiqué. Y ahora me hacen esto a mí —repetía…” Como un motor que consume toda su energía, echa a andar un soliloquio que no para, que intenta darle certezas, darle ánimos. Conoce a nuevos personajes que se vuelven amigos y cercanos, e indaga en ellos para saber qué es lo que debe hacer. El soliloquio del yo no le da descanso y se vuelve agotador, agobiante. Su necesidad de hacer lo correcto, sin saber lo que es correcto, le vuelve inseguro. Se desenvuelve falto de carácter pidiendo disculpas, evitando llamar la atención. Consciente de estar siempre bajo sospecha por ser un animal migrante, diferente, fuera de lugar, decide refugiarse en una apariencia anodina, convencional, obediente. La obediencia del elefante con una pata amarrada a la estaca. Algo que no parece lógico, porque no sería necesario un gran esfuerzo para romper la cuerda o desenterrar la estaca y liberarse. No parece lógico pero es efectivo por la carga simbólica de la pata amarrada a la estaca. En su búsqueda de trabajo, necesaria para cumplir con los planes que otros le propusieron o le recomendaron y que acaba de hacer suyos, comienzan los primeros cuestionamientos: “Se desmotivó y decidió posponer la idea de estudiar hasta juntar algo de dinero, por lo que reforzó la búsqueda de trabajo. Esa misma semana fue contratado en una oficina de contabilidad gracias al apoyo de la junta de vecinos. Eso sí, antes le realizaron unos test psicológicos que arrojaron muestras definitivas de sus potenciales. “¿Por qué tengo que ver estas láminas tan extrañas?”, se preguntaba”. Días de trabajo esclavista intercalados con fiestas patrias, vacaciones o fines de semana, hacen de la vida una suma de anécdotas inconexas. Tras las fiestas, que causan extrañeza y una sensación de malestar, queda en evidencia el absurdo de las estructuras que ha ido aceptando una tras otra y que se convirtieron en una estaca invisible, sujeta por una cuerda invisible a una de sus patas que ya no ve. “Ya sería el colmo volver con influenza porque ni siquiera me he vacunado y estoy con las defensas bajas, así que no sería nada de extraño con la cantidad de bacterias y virus que andan en el aire. Pero no puedo ponerme tan fatalista, si yo soy firme como una montaña. Una montaña que va al supermercado para nutrirse conscientemente, con verduras frescas, coloridas y con descuento para elefantes” Y hubiera seguido así, en un pequeño infierno, que es la normalidad, de no mediar un paseo que salió a dar para despejar su mente, la mente del personaje, sin imaginar que esto abriría la puerta a una conciencia desconocida que siempre estuvo en él. “Un pequeño rodado cayó junto a él haciendo desaparecer la musa de un templo que no advertía y se vio obligado a detenerse; aprovecharía de descansar. Sintió sed. ¿Era una sed física, psíquica o metafísica? Tal vez era el delirio de la falta de agua lo que estaba provocando su monólogo desde la agitación misma del lenguaje, que incluso hacía girar las piedras hasta perseguirlo agrandándose como bolas de nieve, incansables rocas de Sísifo o aflorando desde el rodaje de “Las siete oportunidades”, la película de Buster Keaton en la que el agobiado actor no sabía hacia dónde escapar de las rocas monstruosas que crecían y se le venían encima”. Sufre un cambio inesperado y descubre que ya no puede volver al orden en que se estaba desenvolviendo su vida. Intuye que su vida no le pertenece y sospecha que existe una narradora omnisciente que mueve sus pasos y habla por él. Siente algo nuevo. No puede decirlo con palabras, no sabe cómo explicar su epifanía: “Había que partir por el lenguaje para salir de la mudez. Por la narrativa. Desafiarla con todos sus riesgos, con sus siglos de estar en pie y su memoria gigantesca. Invisible y victoriosa. Porque según como se pronunciara podía dividir el mundo. Idiomas, castas, clases y poder. Estaba muriendo en vísperas de Fiestas Patrias”. Surge una conciencia que reside en otro plano y es de otra naturaleza, renace, experimenta una transmutación de planos o capas de su propia existencia. Pero quiere continuar, seguir en la trama, esta vez en armonía. Encuentra pequeñas soluciones originales que se salen de lo esperado. En cualquier caso, no es lo que sucede afuera lo que importa, sino su mirada, que toma un nuevo y hermoso brillo. 

Don L-Fante en su camarín 



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 Gustavo Barrera Calderón (Santiago, 1975) poeta, licenciado en arquitectura por la Universidad Católica de Chile. Formó parte del taller de la Fundación Pablo Neruda en 1996. Sus textos han aparecido en revistas, antologías y discos compactos como Poesía Chilena para el siglo XXI, de la DIBAM; Al Tiro: panorama de la nueva poesía chilena, editada por la revista Vox de Buenos Aires; Círculo Infinito, antología editada por Al Margen en 2002; Cantares, antología de poesía joven chilena, compilada por Raúl Zurita para Lom. Exquisite es su primer libro de poesía, publicado en 2001 por Ediciones del Temple. Obtuvo la beca de creación literaria otorgada por el Ministerio de Educación de Chile en 2002, año en que publicó Adornos en el espacio vacío, Premio Revista de Libros 2002, del diario El Mercurio. En 2007 publicó la trilogía integrada por los libros Primer orificio, Papeles murales y tapices, y Mori Mari monogatari, bajo el sello Barrera Real, donde editó el registro del homenaje Dinero, muerte y un rostro sin cejas, realizado en 2006. Creatur es su sexto libro de poesía, escrito con el apoyo de la beca de creación literaria para escritores profesionales del Fondo del Libro 2006.