Nueva York
Nueva York
(Julio 2002)
Querida hermana: ayer no pude responderte, porque volvimos tarde con mi Lily. Fuimos al Museo de Ciencia e Historia Natural y quedamos marcando ocupado. Toda la historia de la humanidad está ahí. Diversas civilizaciones, animales extintos y otros en servicio activo. ¿Qué te digo? Dinosaurios, tiranosaurios rex, mamuts, bisontes... flora y fauna terrestre y marina. Reconstrucciones de ciudades. Babilonia. Objetos tan antiguos que daba vértigo. Estaba la piedra negra con escritos cuneiformes del Código de Hamurabi; según la Lily era auténtico... Es imposible detallarte todo lo que vimos y sentimos. Ella no había ido a este museo. Me estaba esperando, por lo de los animales prehistóricos, tú sabes. Nadie sospecha la magnitud del tesoro. Reconstituciones de escenas en plena selva con animales embalsamados en actitudes y puestas en escena increíbles. Una sala con elefantes en manada venían hacia uno. ¡Qué recibimiento! Y las luces para producir el dramatismo del atardecer selvático. Más que museo, era la historia. Vi meteoritos. Uno de cincuenta mil años convertido en una especie de escultura de hierro de varias toneladas. Lo toqué; curiosamente, muchas cosas se pueden tocar; todo lo tocábamos para sentir sus texturas y posibles vibraciones de la eternidad. No te imaginas los esqueletos. Colas de cinco metros, con eso te lo digo todo. Estábamos en la selva, en los desiertos, en la prehistoria, en las cavernas con pintura rupestre, entre los mayas. El tiempo traspapelado. Demasiado para un solo día. Nos bajamos agotadísimas de la mismísima máquina del tiempo. Ahora el big-bang, la evolución, Dios, el tiempo y el espacio me dejaron pensando en la necesidad de reconciliar la Fe y la biología, la metafísica con la lógica y la fracturada cronología con el azar y la predestinación. Lo único que me produce sentido es pensar en la obra de arte mayor, global, de suprema inteligencia y perfección. Al distanciarse y mirar de lejos, entonces uno empieza a ver el paisaje ordenado, el rompecabezas armado... Tanto fósil, tiempo comprimido, tótems, tanta evolución, tanta vida y tanta muerte… Transformación. Tanto universo planteado artísticamente… Pienso en mis cuentos.
Nueva York: ciudad inflada con goma de mascar. Figuras de saliva como manchas de Rorchard con sus sobrerrelieves amenazantes desde el suelo. Todo el ADN del mundo en los zapatos. Y el sudor universal en las barandas.
Tere: ¿te dije que Times Square era igual a “Blade Runner”? Letreros, neones, razas entre vapores que suben desde el subway y afloran en el pavimento como geisers. Cualquiera podría ser un nexus o un androide posmoderno y nadie se daría cuenta.
Ayer fui a la "Zona cero". Donde estuvieron las torres gemelas -como nosotras- quedó una cruz de metal hecha por los trabajadores con las últimas vigas de una torre. Ofrendas, flores, fotografías. Fui a Wall Stret. Tomé el ferry para ver la estatua de la Libertad. Tengo los pies llenos de heridas. Necesito unos zapatos con las alas de Mercurio para hacer más expeditas mis salidas. He bajado de peso, y con eso, voy a tener una imaginación más desbordante para los próximos escritos... lo presiento.
Aquí todo sucede exageradamente... una tormenta eléctrica es de thriller. Los habitantes de esta ciudad-arca representan a cada pareja del planeta con sus respectivas reproducciones mezcladas.
La única maldad que he hecho... En Atlantic City, casino Baly's, perdí más de lo que pensaba. Dura batalla contra máquinas insensibles, tragamonedas de la peor calaña, en un palacio de cartón piedra.
La diversidad es liberadora, pero algo te hace recibir los rebotes de Babel en el cruce de las lenguas y te mantiene alerta para no dejarte reclutar en el escuadrón que quiere ascender a un falso cielo.
Intento practicar mi inglés minimalista, pero todo el mundo quiere practicar su español conmigo, ergo no avanzo mucho… Entonces lo único que me queda son letreros: “not eating and not drinking here”, porque todo el mundo anda comiendo sus combos cinco y colación chatarra. Y les gusta dramáticamente: tallas multi X y refrigeradores como ascensores.
Autos dorados, limusinas como rascacielos; vueltas innumerables del oro en las muñecas y los cuellos demuestran la pasión ancestral del colono que venía a hacerse la América.
El subway es el laberinto más parecido al Hades de Orfeo y mantiene el aroma del tiempo interno, con humedad e inquietud, suspenso y sorpresa. No falta el ser que se explaya en inglés largamente, solo, con sus pensamientos a punto de materializarse. El temor me hace estar alerta porque el hecho se repite en calles y cafés y no hay celular de por medio como para pensar en diálogo. La Lily me dice, no lo mires, no está, nunca estuvo. Aquí les gusta hablar sus cosas en voz alta; piensa que es un monólogo de un actor, o un poeta que encontró tribuna para el recital y relájate… Porque tú con esa cara, te ves mucho más peligrosa que él.
Chao, respóndeme, ya que estás conectada con tu cordón umbilical al espacio. No te vaya a caer un meteorito en la cama.
Hasta pronto.
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