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El fenómeno de la reescritura
(y el de flujo de la conciencia)
Juan Ignacio Pomés A.*
Un maestro una vez me dijo que ya todo estaba escrito. Que no importaba cuan original fuera una idea, de seguro ya había alguien que la hubiese puesto por escrito. En lugar de eso, de buscar historias nuevas, me alentaba al trabajo. Que innovara no el cuento o el poema, si no la forma en que se entretejen los versos o se relata la historia. Que lo abordara de este punto o aquél.
Lo que el viejo Morris quería era enseñarme a reescribir.
La reescritura, que está en todas partes, en muchos niveles, en muchas citas, en hipos e hiper del texto y la textualidad. Pero la verdad es que no,
que no
se puede
encasillar.
Después de pasar por la casa del escritor, que no es más que una reescritura de todas las casas de todos los escritores, saltó a la vista que es un fenómeno espontaneo, libre, inconsciente. Algo que se escapa, como algunas poesías, como ciertas novelas. Porque estando en ese Aquelarre, casi paso por alto la reescritura del Encantador, casi se me escapa, como su poema de los “Alevines”, que Francisca Valenzuela podría haber reescrito en su canción “Peces”. Porque el poeta, Carlos Aránguiz nos bañó con un sentimiento más viejo que el mundo: compartir un sueño. En “Juntémonos en un sueño” lo dejó clarísimo, al igual que Cortázar años antes, cuando escribió el capítulo 143 de su gran Rayuela; que habla de Traveler y Talita, que en la misma cama, con los mismos autos, almohada, comida, sábanas, piernas entrelazándose y aire sueñan cosas distintas. ¿Cómo puede ser? Son tan solo unos cuantos centímetros de piel y hueso antes de la materia gris, sin embargo es como si nos hundiéramos cada uno en un mundo paralelo. Lo que nos lleva a la trilogía de la Materia Oscura, de Phillip Pullman y su centenar de mundos paralelos.
Pero insisto, ¿dónde entonces hay un sueño que compartamos? A Talita, la verdad, no le importa, pero a Traveler, al Encantador y a mí nos tortura. ¿Por qué no podemos concertar una cita en un sueño? ¿O será que como Oliveira y la Maga estamos condenados a andar sin citas, apretando el tubo de dentífrico desde arriba? Porque por más que trato, aunque sea un solo sueño, como dice el Encantador:
“mío o tuyo
a medianoche
cuando se crucen nuestras piernas
bajo las sábanas”
Incluso si te encuentro
En la mañana te desvaneces
Te disipas como la niebla
Hasta condensarte a mí lado
Con la memoria en blanco y
“Temblando
Como una luna en el agua” (Capítulo 7 Rayuela, Cortázar)
Parece ser una maldición que pesa sobre nosotros. Y aunque nos escribamos y nos reescribamos, no vamos a llegar a ese sueño. No nos vamos a encontrar. Estamos condenados como Oliveira y la Maga, que hacían el amor escuchando jazz y jamás pensaron pasear por la mente, pegajosa de sueño, del otro.
Pero solo estamos divagando.
Al final del Aquelarre, una Bruja anciana y sabia, cuya poesía se extendía al infinito en papeles encadenados el uno al otro, hizo lo que pensé imposible. Reescribió pasajes históricos, de su vida, de la de otros. Esto hace que se nos antoje un terror irracional. ¿Es qué no hay escapatoria? ¿Es que la reescritura está en todas partes? Es como si no pudiésemos concebir un pensamiento desligado del inconsciente colectivo. Pero no es así. Creo, que toda reescritura es tan original como la primera y la anterior a esa.
Pero creo también que… Sí, en realidad, no podemos escapar a ella, que trasciende las artes, se mezcla entre ellas, pasa por el cine, las artes plásticas, las visuales, la música, las letras. Y vuelve a empezar y baña el resto de las ramas de la cultura.
Y es que el verdadero límite de este fenómeno, que como un conjuro empaña el espejo de la humanidad, es la persona misma. Porque somos reescrituras unos de otros, de nuestros padres, de nuestros ídolos. Tal cual mi Cata lo era de la Maga. Y así revivimos la escritura de Rayuela, con su capítulo 68 y algunos otros, tropezándonos en el 7, llorando juntos cerca del 1 y el 56. Incluso vagamos por el 143 y enredamos las piernas en alguna parte del 2 o el 3. Ahí fue, como dice Carlos el Encantador, que descubrí que la mano de Dios eran sus caderas.
En fin, digo que la reescritura termina en nosotros mismos, porque al igual que Oliveira y la Maga, no volví a ver a Cata una vez que se fue a pintar al Pont des Arts. Lo único que me quedó de ella fueron los cuentos que le leía para hacerla dormir, los peces de Francisca que olvidó en mi Ipod y el sabor a verano y canela de sus labios.
* Juan Ignacio Pomés A.
Escuela de Derecho
Pontificia Universidad Católica de Chile
6 Voces dicen:
después de leer y releer este interesante comentario, me quedo con esta síntesis:
"Porque somos reescrituras unos de otros, de nuestros padres, de nuestros ídolos".
Deja pensando aquello... y, a la vez, ayuda a disipar o esclarecer varias dudas existenciales que nos acompañan a lo largo de nuestra vida.
Interesante punto de vista que sin pretender ser una verdad absoluta y más bien se inclina al campo de lo literario, aporta algo de peso a las diarias interrogaciones que subyacen debajo de la cepa de cualquier ser humano.
Saludos, Lila y Juan Ignacio!
Cierto, también me impacta que haya una coincidencia de pensamiento y sensación con lo que me pasó a mí mientras escuchaba la lectura de Carmen Gaete con la historia de Juana de Arco y los cientos de personajes históricos que desfilaron por esos manuscritos que convirtieron su presentación en una operación Dadá... o en una performance del tipo de aquellas realizadas en su momento cumbre por el Grupo Fluxus...
"Al final del Aquelarre, una Bruja anciana y sabia, cuya poesía se extendía al infinito en papeles encadenados el uno al otro, hizo lo que pensé imposible. Reescribió pasajes históricos, de su vida, de la de otros. Esto hace que se nos antoje un terror irracional. ¿Es qué no hay escapatoria? ¿Es que la reescritura está en todas partes? Es como si no pudiésemos concebir un pensamiento desligado del inconsciente colectivo".
Como dicen los Manchados:
Gracias a Juan Ignacio por instalar estas reflexiones.
¡Pero qué maravilla de reflexiones! Me encanta venir a verte. Cada vez me conmueve más y más la belleza de tu casa.
Un abrazo.
Estoy de acuerdo, es muy buena la crónica y llena de belleza.
Cuánto se aprende!!! Abrazos.
qué gracioso cómo en tantas partes me reí y asentí y lo ridículo que debe haberse visto desde fuera.
me surgen reflexiones similares con este curso de reescritura que no debería acabarse nunca.
descubrí que hay pocas cosas que me entretengan más que esto. :)
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