VENTURA Y DESVENTURA DE EDUARDO MOLINA
El martes 7 de octubre, a las 19.30 horas, Alfonso Calderón presentó su libro donde retrata a una de las figuras más enigmáticas de las generaciones del 38 y del 50: Eduardo "Chico" Molina. Calderón conversó con Adriana Valdés sobre la vida y "obra" de este escritor cuyas letras fueron escasas o nulas. Fabulador profesional que dedicaba su tiempo a las bibliotecas, al cine y a la vida social, y cuyas retocadas historias lograron conquistar a la elite e intelectualidad santiaguinas.
"Hay ciertos días en los que pienso acerca de las dificultades en armar esta vida de Eduardo Molina Ventura. Los materiales a menudo se contradicen y oscurecen; los hechos tienen la configuración de un puzzle. Él pone y quita partes de su vida. Desaloja a un pariente; convierte a la madre en abuela", confiesa Alfonso Calderón en las primeras páginas de Ventura y desventura de Eduardo Molina. Materiales para una biografía, libro que publica con Editorial Catalonia y que fue presentado el martes 7 de octubre, a las 19.30 horas, en la Corporación Cultural de Las Condes.
Junto con la critica cultural, Adriana Valdés, el Premio Nacional de Literatura 1998, recordó a este mítico personaje que fue cercano a Vicente Huidobro, amigo de Enrique Lihn, Teófilo Cid, Enrique Lafourcade, Martín Cerda y Luis Oyarzún. Un hombre cuya fecha de nacimiento jamás se conoció, que no tenía familia ni trabajo, que era capaz de entrar a un rotativo y ver cinco películas, o estar toda la mañana en la Biblioteca Nacional curioseando revistas europeas. Molina sabía de todo. Era el centro de atracción de las reuniones sociales y logró transformarse en un reconocido "hombre de letras", a pesar de que nadie conociera sus obras. "A viva voz enunciaba el nombre de sus libros fantasmas y es conocida la anécdota en que leyó un fragmento de Demian, de Hermann Hesse, como si fuera propio", comenta Calderón. Se inventó un pasado aristócrata. Su madre, por ejemplo, decía Molina, era legítima heredera de una familia emparentada con la nobleza del Vaticano, lo que la situaba como sobrina, o prima menor de un eminentísimo cardenal, Merry del Val. "Creo que, para él, la mutación de un hecho lo enriquecía, dándole tiempo para memorar lo luctuoso con las glorias de la vida", reflexiona Calderón.
Entre los cientos de recuerdos que publica en este libro, Calderón cuenta que en una ocasión estaba bebiendo un vino con Teófilo Cid y Jorge Teillier en un tugurio que se al parecer se llamaba, "París", en la esquina de San Antonio con Alameda. "Molina nos relató una historia de referencias cruzadas que Teófilo evitaba corroborar. Lo de la amistad suya con el conde Martini, quien vino a mediados de la década de los 30, manejando un avión particular junto con su amigo Tyrone Power. Martini los llevó al Cap Ducal y comieron perdices en salsa que tenía como base un licor garibaldino, el Marsala. Tyrone gorjeaba dichoso y correspondía a los brindis. Llevaba un hermoso pañuelo al cuello que le daba el tono de un príncipe del Renacimiento. Luego hizo una pausa y cambió de tema".
Ventura y desventura de Eduardo Molina está poblado de imágenes como esta que reviven a un hombre que terminó siendo su propio personaje. "Su vida era distinta a la real. Pero no era por enfermedad. Él trataba de embellecer la vida. Con Molina todo era posible", comenta Calderón.
Arturo Infante, Adriana Valdés y Alfonso Calderón.
De derecha a izquierda, los poetas Annabella Bruning, Hernán Ortega y Lila Calderón.
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