Animal cautivo

Hay que asumir que se es un animal, cautivo, entre los límites poco claros del espacio cibernético, universal, dudosamente real. Soy un animal... sólo tengo esa certeza y no me queda otra alternativa que escribir poesía para humanizarme. Tal vez debo decir solamente Escribir. Sé que no es la mejor manera para instalarse en un blog dispuesta a cazar espíritus. Pero tengo un hambre de pasión metafísica que convierte en Dios todo lo que toco.

lunes, enero 22, 2018

Antología Poética de Alfonso Calderón



Alfonso Calderón Squadritto (1930-2009): aproximación bio-bibliográfica
Presentación de la Antología Poética de Alfonso Calderón


Por Gustavo Barrera Calderón



Si para resumir hubiera que rescatar sólo una característica dentro de la vida y obra de Alfonso Calderón, ésta sería la memoria. Su tránsito por diferentes géneros literarios como la poesía, la novela, la crónica, el ensayo o los diarios, sin contar las múltiples antologías y prólogos a su haber, no es otra cosa que asignar una forma o una diferente aproximación al esfuerzo por preservar y compartir la memoria. Y en su caso, al hablar de la memoria, no estamos evocando un concepto abstracto, sino al contrario, nos encontramos frente al más completo, complejo y exhaustivo registro basado en la observación de todo cuanto estuviera al alcance de una mente aguda, inquieta e infatigable. Ningún detalle quedaba sin ser notado, ningún tema ajeno. En sus registros, fragmentos de su paso por el mundo, no estuvieron ajenos el cine, el fútbol, la música, las costumbres, la política, la historia, la filosofía o las artes visuales, girando siempre en torno a la literatura, el lugar donde a temprana edad ancló su centro.

Nació el 21 de noviembre de 1930 en San Fernando y, por las asignaciones laborales del padre como funcionario de la Empresa de Agua Potable, se trasladó por varias ciudades, entre ellas San Antonio, Valparaíso, Lautaro y Lota. Estudió en Los Ángeles, ciudad a la que dedicó dos de sus poemarios, “Santa María de los Ángeles”, publicada en 2000 y “Regreso a Santa María de los Ángeles”, un año más tarde. Luego continuó sus estudios en Temuco, donde en 1949 inauguró su producción literaria con un poemario, “Primer consejo a los arcángeles del viento”, publicado con la venta de suscripciones, además de la totalidad de sus escasos ahorros. El libo abre con una cita de Vicente Huidobro: “Por qué llorar/ La vida consiste en pensar en la muerte/ En quedarse quieto/ Para sentir una lágrima que va naciendo en el corazón”. En Santiago, luego de su paso por el Internado Barros Arana, siguió estudios superiores en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, y se tituló como profesor de castellano, mientras la versión que daba a sus padres era que estudiaba Derecho.

A un año de titularse asumió como profesor en el Liceo de Hombres de La Serena y comenzó su ejercicio periodístico en El Día, El Serenense y La Serena. Publicó en los talleres de El Día los poemarios “El país jubiloso”, “La tempestad” y “Los cielos interiores”. Con este último libro, en 1962, obtuvo el Premio Gabriela Mistral de la Municipalidad de Santiago y completó una primera etapa en su trabajo poético que le valió, con posterioridad, ser considerado como integrante de la generación literaria de 1950. Era una época en la que compartió convergencias y cercanías con Miguel Arteche, Jorge Teillier y Enrique Lihn. En el plano personal, finalizaba esa década como padre de tres hijas, Teresa, Lila y Cecilia, herederas de su legado literario.

Luego de trasladarse a Santiago, en 1965, se incorporó al equipo de revista Ercilla como comentarista de libros. En estos años desarrolló su trabajo como antologador y se concentró en la difusión y el rescate de obras de autores chilenos. Como asesor editorial de Zig-Zag emprendió la tarea de contactar y convencer al ermitaño Joaquín Edwards Bello de publicar las crónicas escritas para La Nación, y que Calderón leyó con especial interés durante su infancia y juventud. Luego de un inicial rechazo, y ante la insistencia de su admirador, Edwards Bello accedió y surgió una amistad a la que debemos el conocimiento de este importante autor que retrató la realidad chilena de principios del siglo XX. Alfonso Calderón puso tanto entusiasmo en promover la obra de autores que de otra manera hubieran quedado en el olvido, como el entusiasmo puesto en su propia obra. Entre estos autores se encuentran Augusto D’Halmar, Teófilo Cid, Ricardo Latcham, Martín Cerda y Alone.

En 1970 publicó su única novela, “Toca esa rumba don Azpiazu” y al año siguiente se sumó al proyecto de la Editora Nacional Quimantú. Uno de sus más emblemáticos trabajos como investigador y ensayista, “Cuando Chile cumplió 100 años”, formó parte de la serie “Nosotros los chilenos” en 1973. El golpe militar sorprendió a Calderón comprometido con la Unidad Popular, sin embargo, gracias a su prestigio y reconocimiento público pudo continuar su trabajo como editor y trabajó en revistas contrarias al régimen como Apsi y Hoy. En el ámbito académico, abandonó las escuelas de periodismo de la Universidad de Chile y de la Pontificia Universidad Católica de Chile, donde era director, cuando éstas fueron intervenidas por los militares.

En los años posteriores inició una segunda etapa en su obra poética con los libros publicados por Nascimento, “Isla de los Bienaventurados”, “Poemas para clavecín”, Premio Municipal de Literatura en 1979, y “Música de cámara”. Esta etapa constituyó la consolidación de una poética integradora de vivencias, y de una profunda reflexión acerca de una humanidad que se manifiesta, que se mantiene viva y permanece a través de la música, de la pintura y, en especial, de las palabras escritas por otros, los que estuvieron y los que están.

En 1981 se incorporó a la Academia Chilena de la Lengua y, en esta década, publicó sus crónicas más célebres como “1900”, “Memorial del viejo Santiago” o “¡Adiós, Hollywood!”, e inauguró una amplia colección de diarios de viaje con “Israel: notas de viaje” y “Una invisible Comparsa”, patrocinado por la Embajada de Francia.

En 1994 asumió como subdirector de la Biblioteca Nacional de Chile y como director del Centro Barros Arana y de la revista Mapocho. En esta época, Alfonso Calderón inició su etapa más prolífica con la publicación de sus diarios personales, entre los que destacan “El vuelo de la mariposa saturnina” y “La valija de Rimbaud”. En una tercera fase de su obra poética, entre 1997 y 2001 publicó “Una bujía a plenos sol”, Premio Municipal de Santiago, en 1999, “Testigo de nada”, “Toca madera”, “Árbol de gestos”, “Poemas griegos”, “Santa María de Los Ángeles”, “Cuaderno de La Serena”, “Cuaderno de Punta Arenas”, “Cuaderno de Chiloé”, “Regreso a Santa María de Los Ángeles” y “La mirada del espejo”. Su poesía hizo eco de los diarios y viceversa. Hay un trasvasije y una decantación de la escritura, del intelecto y las emociones que da forma a un continuo con múltiples entradas.

Cuando recibió el Premio Nacional de Literatura en 1998 se destacó “su lucidez, profundidad y variedad de los escritos de ensayista, crítico y poeta”. Tras este reconocimiento, y tal vez en una carrera contra la muerte, publicó la mayor parte de su obra personal, superando los veinte volúmenes y, tras concluir su último proyecto, “Venturas y desventuras de Eduardo Molina”, falleció la mañana del 8 de agosto de 2009 de un infarto al miocardio, a los 78 años de edad. Y, cerrando la vida como se cierra un libro, escribió a modo de epitafio un último llamado a la memoria.

“Sigo soñando,
débilmente agradecido
bajo la húmeda hierba,
con un vasto mundo
imposible de olvidar”.


***



Presentación de Antología Poética de Alfonso Calderón, compilada por Gustavo Barrera Calderón. Le acompañan en esta mesa, Lila Calderón y Lila Díaz Calderón. La actividad se realizó en la 36 Feria Internacional del Libro de Viña del Mar. Viernes 12 de enero de 2018.

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