Animal cautivo
Hay que asumir que se es un animal, cautivo, entre los límites poco claros del espacio cibernético, universal, dudosamente real. Soy un animal... sólo tengo esa certeza y no me queda otra alternativa que escribir poesía para humanizarme. Tal vez debo decir solamente Escribir. Sé que no es la mejor manera para instalarse en un blog dispuesta a cazar espíritus. Pero tengo un hambre de pasión metafísica que convierte en Dios todo lo que toco.
jueves, abril 23, 2009
sábado, abril 11, 2009
Memoria e imágenes del Yo
El Premio Nacional de Literatura Alfonso Calderón es el siguiente invitado a la Cátedra Roberto Bolaño, donde presentará la conferencia “Memoria e imágenes del yo”, en la que se referirá a la reflexión sobre la autobiografía y el uso de la primera persona en la escritura.
JUEVES 16 DE ABRIL 12:00 horas
AUDITORIO FACULTAD DE COMUNICACIÓN Y LETRAS
UNIVERSIDAD DIEGO PORTALES
VERGARA 240 / METRO LOS HÉROES
ENTRADA LIBERADA
La importancia de ser artista
Por Alfonso Calderón
¿Es agradable escribir? ¿Nos concede el ejercicio del arte un deseo de alabar constantemente a quien nos ha puesto a vivir en permanente relación con el cuadro, el poema, la novela, el mármol, la piedra, el hierro, la música o la reflexión acerca del hombre y su puesto en el cosmos?
En una de sus cartas, León Tolstoi cuenta que escribía Ana Karenina con desagrado. En su correspondencia, sin apaciguarse, Nietzsche habla de los sufrimientos, de las náuseas, de los terribles dolores de cabeza que experimentaba en cada ocasión que se ponía en trance de ordenar las ideas de sus libros.
En Milán, el 7 de octubre de 1868, que es, en verdad, el 26 de septiembre en nuestro calendario, Fedor Dostoiewski, que está trabajando en su novela “El idiota”, escribe a un amigo: “... ante todo me siento terriblemente débil y decaído de tanto trabajar. Llevo casi un año escribiéndome todos los meses un pliego y medio de impresión, lo cual es muy difícil. Además que me falta aquí también la vida rusa, con sus sensaciones, que siempre necesité para mi labor. Por último, aunque usted elogie la idea de la novela, su ejecución hasta aquí no sobresale para nada. Lo que más me atosiga es pensar que, de haber podido escribir esta novela con calma, en un año, y haber dispuesto luego de dos o tres meses para copiarla y corregirla, habría resultado muy distinta; eso lo garantizo”.
Al gran Flaubert se le iba el alma en procura del adjetivo preciso, de la frase bien construida, de la afirmación de sus héroes en la búsqueda de sí mismos. Y ponía distancia de las mujeres, muchas veces, para que no le fuesen a estropear el trabajo, urgiéndolo sexualmente y quitándole energías que necesitaba para un capítulo de “Salambó” o el relato de lo que ocurre en la calle de Rouen, en “Madame Bovary”.
Ni hablar de Balzac. Siempre estaba en deuda con alguien. A veces, con el sastre, con el hombre de los bastones, con el fabricante de chalecos o el editor. Se condenaba a sí mismo, a diario, a galeras, y dormía un par de horas, se atizaba café tras café, en la casa de Passy (París), para dar término a una novela y pagar cuando la pluma aún estaba fresca.
Del pobre Van Gogh, ni hablar. Habría dado su alma por tener algunos miles de francos y no obligarse a veces a pintar sobre otra tela, pues carecía de materiales. Modigliani, luego de alegrarse épicamente tras dar término a un cuadro, debía cambiarlo por pan, un poco de vino y algo en donde poner sus próximos trazos.
Los malestares físicos de Thomas Mann mientras escribía eran innumerables. Kafka sufría lo indecible con el hecho de vivir, ser judío, luchar con su padre, tratar de entenderse con las mujeres sin sentir que lo despojaban del tiempo, de los instantes más profundos en los que deseaba hallarse a solas, y se ponía a desconfiar de todo cuanto había escrito. James Joyce sabía que cada página de “Ulises” lo ponía más cerca de la ceguera. Proust, en medio de los feroces ataques de asma, débil, lleno de aprensiones, se levantaba para ir a ver en el Jeu de Paume, una exposición de pintura holandesa, sobre todo porque estaba la “Visita de Delft”, de Vermeer, que le era indispensable para una escena de “En busca del tiempo perdido”.
¿Vale la pena ser artista? Es asunto suyo…
(Crónica escrita por Calderón en el Diario "La Nación", el 25 de octubre de 1990).