-¿Haber nacido en La Serena no fue un accidente. ¿Qué tan significativo ha sido para ti esta identidad serenense?
“Para mí es crucial haber nacido en La Serena porque me dio una atmósfera de infancia con una naturaleza muy poderosa, con amplios espacios y la sensación de un hogar poético. Siento que hay una identidad especial, La Serena da la sensación de que hay raíces fuertes y estos espacios naturales permiten transitar en una doble dimensión entre lo urbano y lo rural. Siento que eso se mantiene, ahora no tanto, pero en mi recuerdo la infancia tiene ese tono de hogar de la tierra con la magia y la poesía”.
-¿Qué recuerdos tienes de tu vida familiar en La Serena hace medio siglo?
“Me crié en un hogar donde llegaba mucha gente a conversar de literatura y películas y se producían interesantes relaciones, con gente que se ponía a cantar. Los libros eran un tesoro y recibíamos muchos de regalo y los juegos tenían que ver con creación. Mi papá nos hacía a veces un tremendo regalo: 10 palabras y con ellas teníamos que construir una historia y había un premio para la mejor. Ganábamos las dos con mi hermana (Teresa), siempre empatábamos, y los premios eran ir al cine o libros. Éramos felices con eso. Me crié amando el cine, los libros y las revistas, y nos enseñó a coleccionarlos. Uno preguntaba las cosas de la calle, iba aprendiendo la ciudad y uno confiaba mucho en las respuestas que nos daban. El acercamiento al mundo desde La Serena fue poderoso y confiable, uno le decía tío a todos los amigos de los papás, era como una zona de resguardo. Pero también yo tenía la imperiosa necesidad de arrancarme del colegio, de la casa e irme a los cines para ver las fotos y afiches. Con facilidad me perdía y provocaba problemas. Me recogía gente que me dejaba con carabineros, esta tendencia de explorar más allá de las rejas del jardín era algo que no podía evitar. No controlaba los riesgos”.
-¿Hasta qué edad viviste en La Serena?
“Como hasta los 7 años, pero éramos muy adelantadas, eran como los 10 años normales. Tengo la sensación de que viví mucho más y que eso está vivo ahora. Sigo siendo de La Serena, mi mentalidad es de La Serena. Cuando voy a otros lugares (me dicen) tú no tienes nada de la insoportable arrogancia de los santiaguinos, tú eres provinciana. Y bueno, mi papá también era provinciano, mantuvimos algo que no tiene que ver con la pedantería que se arma acá”.
-Tu padre – el ensayista, crítico y poeta Alfonso Calderón Squadritto- obtuvo el Premio Nacional de Literatura (1988). ¿Qué recuerdos tienes de él como escritor?
“Lo consideré siempre un gran poeta y un gran contador de historias y de crónicas. Lo encontraba emocionante y generoso en la proyección y la importancia que le daba a otros escritores. Era humilde y de tanta sabiduría, siempre tenía consejos hermosos. Y como escritor sus diarios me empezaron a sorprender tremendamente, pero al principio me complicaba la cantidad de citas porque cuando era joven me faltaban las referencias y cuando leí más empecé a comprender en profundidad lo que opinaba y sentía. Me quedo con sus diarios y sus memorias, sus relatos de viajes, de sus experiencias humanas. Hay algo que queda a la revisión de expertos en el futuro porque él se adelantó a varias cosas, por ejemplo un trabajo poderosísimo con la intertextualidad. Lo que él llamaba las citas, con referencias cruzadas y un diálogo que mantenía con vida a autores de todas las épocas. Siento que de alguna manera eso es la eternidad, para mí lo trascendente es lo que queda en las obras y de esa manera la gente se mantiene viva. Para la construcción de mi propio mundo me sirvieron las huellas que mi papá dejaba”.
-Has ido muchas veces a La Serena ya como persona adulta. ¿Qué sensación te deja la ciudad hoy?
“Sigo sintiendo un fuerte apego con las raíces y ahora me motiva aún más, por ejemplo, ir a recorrer esos asientos de cerámica de Valencia, por ejemplo, o los mosaicos en algunos edificios, esos espacios que me marcaron tanto cuando niña. Y con Lisboa–que visité en el verano- y con Sevilla que quiero ir a ver… me sigue impactando mi relación con el mar, el cielo, los espacios, pero me duele ver que ya no existe la estación de trenes y ver esos centros comerciales gigantes, pero es inevitable esa destrucción de la belleza. Siento que se instala lo feo, se generaliza y también (me duele) la indiscriminada construcción cercana a la playa. Me preocupa tanta construcción, está tan grande la ciudad, pero creo que se mantiene esa cosa amistosa, hogareña. Mi relación sigue siendo buena, me dedico a buscar -cada vez que voy- lo que se está haciendo y escribiendo allá y busco en revistas, diarios y volantes y descubro cosas muy buenas. Duele que no se difunda más. Me duele el centralismo de Santiago, encuentro muy buenos autores que no tienen las posibilidades de acá”.
Tienes seis publicaciones en poesía: desde “Balance de blanco en el ángel del triste Durero” (1993) hasta “Lo que ocultan los vestidos” (2014). -¿Con qué libro te sientes más realizada y por qué?
“Con el primero y el último. El primero fue un estallido para recuperar 15 años de escritura que yo no iba a publicar. Había un mundo secreto, misterioso, mágico pero con mucho dolor, mucha observación de la realidad, con el dolor de lo que el ser humano era capaz de hacer. En el fondo es testimonial pero de mi mundo interior, del mundo poético, con una construcción llena de señales, como una caja china que yo tenía conciencia de que yo estaba empezando algo. Seleccioné, no publiqué todo lo que había escrito. Es oscuro, doloroso, pero con humor negro y tiene una parte de mí, muy importante, coherente con lo que se vivía en esos tiempos. Ese era el punto de partida para mí y yo lo sabía.
In memoriam (1995) fue jugar con el libro de Elegías (de Teognis) tomando el modelo de J. B. Bossuet de las oraciones fúnebres. Tomé ese trabajo para construir una despedida, pero con la visión que yo tenía de la realidad, los cuentos, las miradas más oficiales del mundo de la mujer, del amor, de la muerte, etc. Por suerte había otra vida y piel de maniquí (ambos de 1999) también puse señales que tienen que ver con el tema de la identidad y mi burla acerca de la mirada seria que se tenía sobre las relaciones humanas. Quería dejar en evidencia que para mí era muy natural contrastar lo que se está construyendo con las ruinas permanentes, la gente solo ve lo que está encima. Estos dos libros revisan la identidad con bastante humor negro y con mi derecho a rebelarme contra lo que siento como algo operático, muy de maniquí, de zombi, me di cuenta de repente que estábamos viviendo entre zombis y que estos son reales y muy peligrosos.
En Animal cautivo el tema es el lenguaje y la creación y uno como instrumento de las palabras, y como uno presta su mente, su corazón y sensibilidad para explorar eso a costa de ciertas angustias y de la incertidumbre. Para mí en la literatura esto es crucial, lo disfruto y llego a espacios que considero profundos, me maravillan y asombran y quiero volver. Escribo porque llega esa necesidad de encerrarme en mi taller escritorio, con música, y aparecen cosas muy reveladoras que me hacen pensar que soy un instrumento de algo más. El positivismo perjudicó durante tantos años la posibilidad de usar los canales de la magia y del conocimiento femenino, y todos pasamos por la necesidad de ser muy racionales, pero de repente me di cuenta que había algo mucho más fuerte y amplio. Renuncié a ese camino y abrí y despejé el otro, me conecté a lo atávico, a la memoria colectiva y llevo muchos años sintiendo que se me abrió el espectro. Siento que está todo vivo y no hay tiempo, me da una tranquilidad tremenda, esto es una circunstancia como el vestido. Así se da el paso a Lo que ocultan los vestidos, que es otra caja china que me permitió meter todo lo anterior acá, jugar con la prosa y con la poesía, tomar notas rápidas como cuando pienso en un video o le doy importancia un sueño y siento que me está diciendo algo, pero a la vez conectando con diversas amistades importantes para mí. Este libro es fragmentario y da lo mismo si no se lee completo. Está completo en sí mismo y en cuanto a que reúne las ideas y temas de mis libros anteriores y también lo que está en la pintura y en lo que yo haga. Pero le voy agregando más sabiduría y más conocimiento porque he pasado más años en la Tierra y he visto más cosas y en la medida en que he entendido las cosas uno se va poniendo más humilde”.
En narrativa hay tres registros: “Animalia” (2002), “La gran fuga” (2002), “Estrella y el caleidoscopio” (2014). -¿Los tres son para público infanto-juvenil?
“Escribí también La ciudad de los temblores (2004). Es narrativa infantil pero como nosotros somos infantiles y adultos para siempre, esos cuentos pueden ser leídos con los padres porque llevan una doble lectura, son fábulas que quieren enseñar muchas situaciones de la vida hoy y de entender con humor que algunas no son tan definitivas. La fábula va a estar siempre vigente como los errores, la picardía y la corrupción y todos los vicios humanos. Es una manera que sirve para contar algo a un niño y a un adulto”.
-Obtuviste el Primer premio en Video-Poesía de FILSA (1994) y el Primer Premio en Encuentro de Cine y Vídeo del Caribe (Cuba, 1998). ¿Tienen que ver con tu veta de guionista?
“Soy comunicadora audiovisual. Y así llegué a sintetizar la poesía, la escritura de guiones, la música, el cine. No estudié literatura porque quería algo más operático y colectivo, el mundo creativo de la construcción en equipos. Hice video arte, video experimental, video poesía. El de Cuba fue producto de un premio que había ganado (Adaptación de guiones del concurso Luchino Visconti) y que trataba del poeta cubano Ángel Escobar que vivió un tiempo en Chile. Me iba bien con los videos pero me complicó el tremendo gasto energético – traslado de cámaras, riesgos por grabaciones de noche, tanto esfuerzo, etc. – y lo dejé. Lo que sigo haciendo es redactar guiones, y ayudo a colegas con sus guiones”.
-Háblanos de tu trabajo como artista visual. ¿Qué tipo de obra realizas, con qué temáticas, con qué materiales y qué técnicas?
“Partí pintando al óleo y dibujando. Después tomé clases para pasar al acrílico, que me acomodaba más por el secado más rápido. Las primeras pinturas tenían como denominador común que parecían escenarios, pero sin figura humana, construcciones curiosas, mágicas, un mundo bastante poético en la pintura, muy colorido, surrealista o de realismo metafísico. Antes había hecho mucho collage, y después pasé a los ensamblajes, quise trabajar más con cuerpos y empecé a darle vueltas a temas experimentales que se acomodaban al ensamblaje con la mezcla de materiales. Yo siempre encuentro cosas en la calle y junté todo lo que me encontraba y que me daba una señal, un indicio, y empecé a trabajar la idea de la ciudad con el objeto encontrado, pero resignificado, que apareciera en la sociedad de consumo limpio y pulcro como para la venta en la vitrina. Empecé a plantearme, entonces, el paso de cebra y a jugar con la moda, la reglamentación del tránsito y las reglas en general, lo absurdo y le di vuelta a ese tema de las reglas. Y lo de la moda funcionó para el juego de las vitrinas y así surgió la muestra Liquidación por cambio de temporada (2005). Hubo gente que no entendió la exposición -que era de instalación, ensamblaje y performática- en la galería de cristal de la Biblioteca Nacional, pero le fue muy bien. Era parte de una propuesta que plantea una crítica social, no son adornos, no es para decorar una casa, es parte de algo que quiere decir otra cosa, son laberínticas, se puede entrar por distintas partes y no importa que uno no una todo, no hay para qué encontrarle explicación, pero sí que te lleve a pensar o cuestionar algo de la sociedad y sus normas”.
-Cuéntanos de tu trabajo como profesora. ¿En qué carrera(s) y universidad(es) trabajas?
“He trabajado durante muchos años en universidades como Andrés Bello, Diego Portales y ARCIS. Actualmente estoy solo en el Instituto ARCOS. Me gusta mucho y soy feliz haciendo clases, me recargo energéticamente y las preguntas de algunos estudiantes y los encuentros chispeantes que organizo con gente me motivan y despiertan otras cosas que me dejan pensando, nos intercambiamos libros. En cada curso hay algunos estudiantes que son muy importantes, pero ayudo a todo el mundo, me las juego por todos. Y siempre me sorprenden estas personas con sus mundos creativos específicos y sus búsquedas. En clases yo puedo ser, me siento libre y creo que puedo entregar mucho. Las carreras en las que hago clases son de artes (Cine, Composición musical, Fotografía, Diseño, Ilustración), entonces lo paso maravilloso porque es un trabajo creativo donde disfruto los resultados”.
Acerca del Autor
Periodista
Periodista titulado por la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro, Brasil. Diplomado en Comunicación y políticas públicas por la Universidad de Chile. Docente en educación superior; es también editor independiente de libros y gestor cultural. Como escritor ha publicado “La súplica del Dr. Solís y otros cuentos (2003); “Turismo en Chile” (Ensayo, 2006 y 2008); “La historia de don Crispín, doña Anita y el guaripola y otros cuentos” (2010) y “Cuentos para Manuel” (2014).