El zorro que llegó a vivir a la ciudad
El zorro que llegó a vivir a la ciudad
(Parte III y final)
–¿De qué se trata? agregó esperanzado el zorro.
El joven lo convenció de ver un buen psicólogo y tomarse un viaje al Caribe para recuperarse. Caminaron muy de prisa al Banco y el ejecutivo mismo le sirvió de aval. Solo hubo que llenar unos papeles y ya. El dinero estaría dentro de dos o tres días.
Cuando el zorro fue a buscar el dinero prometido, el ejecutivo le explicó que no sería posible, porque su nombre figuraba en la lista de Dicom (Circom), que es una especie de cárcel virtual, le explicó, y que el informe lo señalaba como estafador. Los delincuentes habían abierto cuentas en casas comerciales y debía millones. Habían ocupado su huella y le habían imitado la firma, así que adiós nueva piel, viajes y psicólogo.
Indignado iba por la calle el pobre zorro, con una piel de peluche y muerto de hambre, cuando se le acercaron dos policías y lo llevaron detenido por andar disfrazado de zorro asustando a la gente. Además ni siquiera tenía carné de identidad para demostrar quién era.
Al día siguiente lo soltaron por falta de méritos, pero le sugirieron buscar un abogado para arreglar su situación legal.
Estaba saliendo de la estación del metro cuando se le acercó una joven y le dijo que eligiera un boleto de raspe y gane que estaba repartiendo para promover un instituto de computación. Cansado el zorro después de mucho pensar tomó uno y al poco rato lo raspó. No podía creer que se había ganado un curso totalmente gratis para estudiar en el instituto con nombre inglés.
En el Instituto, el zorro se inscribió para tomar el curso, decidido a ganarse la vida honradamente. Pero allá descubrió que solo la matrícula era gratis y que el premio era válido solamente por ese día. Debía pagar en efectivo o cheque. Finalmente terminó firmando doce letras. Tendría el horario diurno a partir de marzo.
Cuando el zorro llegó con su hermosa mochila y unos cuadernos de colores a tomar sus clases a principios de marzo, ya no había Instituto. Desapareció de la noche a la mañana y no había rastro alguno de él. Indignado se tomó la cabeza y pateó las puertas cerradas del lugar que ahora tenía un inmenso letrero de "se arrienda".
Entonces cansado volvió a su guarida, revisó las páginas de empleos pero luego decidió ir a la Escuela de Teatro, como debía de haberlo hecho en un principio, se dijo..
–Quiero que me prueben para trabajar en "Pinocho" –dijo muy seguro de sí mismo–, conozco el papel y puedo hacerlo mejor que nadie.
–¿Experiencia anterior?, le preguntaron.
–Grandes condiciones naturales, respondió.
–Entonces haremos algunas pruebas, le dijeron impresionados por el desplante, los miembros del equipo seleccionador.
Sí, ahora sí comprobaba que las cosas estaban marchando bien. El debía volver a insistir en la representación escénica. Siempre le había gustado el papel del zorro más que el del gato en esa entretenida obra.
Los ensayos fueron breves. Realmente el zorro era buen actor y estaba feliz. Lejos quedaban los tiempos de perseguir a las gallinas. Ahora sería anunciado en grandes letreros. Tendría ropa nueva, camarín propio, correo electrónico, blog... El cine vendría después naturalmente por la relación causa-efecto.
–¿Te sientes preparado y tranquilo?, le preguntó el director de actores, mientras observaba los afiches y la publicidad que saldría a llenar las calles con el anuncio de la obra y las fotografías de los actores.
–Me sé cada parlamento –respondió el zorro–, es mi papel.
La noche del estreno, mientras hacía sus ejercicios de relajación en el camarín, llegó el primer telegrama: "Sus letras impagas han pasado a cobranza judicial, ruégole concurrir a nuestras oficinas centrales a la brevedad posible".
Ante el desconcierto y la preocupación, en la misma noche del estreno, hizo muy mal su papel. Nadie creía en su astucia y ferocidad. Más bien se diría que sudaba de nervios. Al final, los niños le tiraron cáscaras de maní y le dijeron que parecía un mono tonto.
–¡El zorro parece una gallinita ciega!, gritaban.
–¡Fuera! -decían-, no le creemos, está inventando los diálogos,
no ha leído el libro -insistían.
Cuando le cancelaron el contrato por mal actor, se enfermó y deprimió. Perdió el sueño y un día se desmayó en la calle. Despertó muy confundido en un Servicio de Salud Pública, cuando le estaban pasando un algodón con agua por la cara para despertarlo.
–Lo siento –le dijeron–, no podemos atenderlo si no deja un cheque en garantía. Le aconsejamos buscar una buena Isapre, o ingresar a un zoológico particular.
–¡Esto es demasiado! –contestó el zorro– parece que aquí nunca voy a aprender el idioma.
Entonces se retiró indignado, subió a un tren de carga y volvió al campo a perseguir a las gallinas, que cacareaban y se reían de lo lindo, le había dicho un colega, con las desgracias padecidas por él en la Metrópoli.
–¡Las desplumaré a todas! –se decía– soy un ganador por naturaleza.
Cuentan que ahora le ha crecido un poco el pelo. Que está totalmente canoso y que comenzó a escribir su biografía, en donde queda como el gran héroe de las múltiples aventuras que vivió en la ciudad.
(Ilustraciones: Ángel Antonelli)